Legalizar la droga
La semana pasada cerró la primera cumbre en las Naciones Unidas donde se trató la posible legalización de las drogas. El resultado: un paso para adelante, dos para atrás, y mucha división entre gobiernos que dan por muerta la lucha contra las drogas y otros Estados que se oponen frontalmente a dejar atrás esa política de guerra.
Fuente: Yohir Akerman. www.elespectador.com
Aunque los países reunidos en la sesión extraordinaria de la Asamblea General acogieron una resolución en la que se admite que las fórmulas represivas ya no están arrojando los resultados esperados, por lo que se propuso darle espacio a nuevas alternativas para enfrentar este fenómeno, no se definieron cuáles son esas alternativas. Ambiguo.
Por su parte, el presidente Juan Manuel Santos valientemente le pidió al mundo en esa misma cumbre que acepte dar un giro en esta materia para definir nuevos planteamientos en torno a los derechos humanos y la salud pública con el fin de replantear la “guerra contra las drogas”, pero dejó en claro que no se trata de legalizar.
Uno para adelante y dos para atrás.
La legalización de la producción, transporte, comercio y consumo de las drogas es exactamente lo que se necesita y el problema, este gran problema para América Latina, no se va a solucionar hasta que Estados Unidos, las instituciones y entidades multilaterales empiecen a llamarlo por su nombre: legalización.
Es indiscutible que el consumo de drogas puede causar daño y dolor, incluso mucho daño y mucho dolor en poblaciones vulnerables como la juventud, al igual que lo hacen el alcohol y el tabaco en exceso; por eso es tan complicado hablar abiertamente de la implementación social de estas políticas permisivas.
Ahora bien, la legalización es la política necesaria para que el negocio deje de ser desmedidamente rentable para ciertos sectores violentos que hoy lo controlan, y se convierta en un rubro ordinario de la economía generando impuestos que puedan ser invertidos en el funcionamiento social.
Como se oye.
Sin embargo, una vez extraído el monopolio de las drogas de los carteles y las mafias, éstos seguramente dedicaran su infraestructura ilegal y su conocimiento a otros comercios prohibidos como la trata de blancas, el tráfico de menores, el comercio irregular de órganos, o cualquier cosa que siga acercando a los niveles de rentabilidad que produce el tráfico de drogas. Eso no se duda.
Por eso hay que dividir el debate en dos partes: por un lado la necesidad de legalizar las drogas para convertirlo en un tema de salud pública y, por el otro, seguir invirtiendo en defensa para contrarrestar estas organizaciones dedicadas al tráfico ilícito, ya que en ese aspecto no se puede retroceder ni ceder un centímetro.
Ahora bien, aunque la prevención y la regulación son más eficientes que la prohibición para cambiar patrones de comportamiento social, y los casos del tabaco y el alcohol son grandes ejemplos de esto, son más costosos ya que toca invertir en educación y no sólo en defensa. Y eso no es tan sexy y rentable para los candidatos y las elecciones. Paradójico, pero cierto. Pocos presidentes en el mundo han ganado con campañas basadas en la educación, pero la mayoría ganan con plataformas de defensa y seguridad. Pero en este tema la educación es lo que importa.
Por medio de esta hay que enfocarse en la concientización sobre los riesgos y peligros de la droga, haciendo campañas de prevención al consumo abusivo, y completándolo con tratamientos médicos integrales para los adictos.
Es un problema de salud pública.
Pero como lo he dicho en el pasado, en eso es importante establecer que legalización no debe representar, por ningún motivo, ausencia de control o venta abierta, sino regularización del negocio, de la producción, transporte y comercialización, con estrictos permisos para cada actividad, duros controles de calidad y precisiones legales como venta únicamente a mayores de edad por conductos controlados por las autoridades.
Repito: no hay políticas perfectas, solo alternativas mejores y peores. Como tampoco hay soluciones ideales, solo unas que funcionan y otras que no. La guerra contra las drogas ya ha demostrado su fracaso por lo que exige una mirada seria, y sin tapujos, de la legalización.
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