Drogas sintéticas: ya se consumen desde los 14 años y no sólo en fiestas electrónicas
Según encuestas hechas en colegios secundarios, la noción del daño que provocan es cada vez menor. Además su uso dejó de ser exclusivo de los sectores medios y altos
Fuente: Irene Hartmann. www.clarin.com
Como si se pasara de la fiesta a la tragedia sin solución de continuidad, el año comienza con más casos de muertes e intoxicaciones por consumo de drogas de diseño, en medio de un complejo debate lleno de indecisiones alrededor de la habilitación de las fiestas electrónicas. No es un escenario sencillo, pero mucho menos si se suma que, según cifras oficiales, alumnos de escuelas secundarias de la ciudad de Buenos Aires están empezando a tomar drogas sintéticas desde muy temprana edad: 14 años. Las adquieren a precios cada vez más bajos, en contextos que van desde las polémicas y bien comerciales raves, hasta encuentros sociales de escala chica que se despliegan en distintos estratos socioculturales. El globo que contenía este consumo dentro de las fiestas electrónicas ya se reventó.
El oro que despierta tanto conflicto son sustancias que prometen un rato de felicidad, buen humor y empatía con los demás. No es sólo un eslogan, como explica Carlos Damin, jefe de Toxicología del hospital Fernández y director de Fundartox: “Estas drogas fueron sintetizadas para ser utilizadas en grupo; nadie toma un comprimido y se queda en su casa. Se busca la interacción social porque son sustancias con dos efectos: el empatógeno, es decir que se despierta una empatía con los otros, un deseo de relacionarse; y el entactógeno, lo que exacerba los sentidos, tanto el deseo de tocarse como la audición y la visión. Por eso las raves suelen tener mucho efecto lumínico y una música particular. Quienes toman drogas sintéticas sienten modificaciones sutiles en el sonido que de otro modo quizás no percibirían”.
Claro que no cayeron como paracaidistas; hay una historia. Tal vez tentaran por ser una novedad, tal vez brillaran por su ausencia en el imaginario argentino: pero a fines de los 80 las drogas sintéticas ya estaban acá. No eran tantas las variedades ni se las conocía como ahora. Las invocaba Charly García con su declamativo Extasis y circulaban en fiestas under de música electrónica.
En lo que los médicos llaman “consumo problemático de sustancias psicoactivas” (alcohol, bebidas energizantes y drogas), las sintéticas no rankean muy alto. El doctor Damin aclara que “en 2015, de 2.000 intoxicados por abuso de sustancias psicoactivas sólo 16 fueron por consumo de éxtasis”. Otras sustancias tienen su público fiel: más de 200 llegaron a la guardia intoxicados por consumo de cocaína y 880 por alcohol.
“El sondeo de 2015 de chicos de escuela media de Capital revela que, en promedio, el 2 por ciento consume drogas sintéticas. La novedad es que está tendiendo a darse una igualdad de consumo entre chicos y chicas, cuando en años anteriores había prevalencia de varones”, detalla Brasesco, y agrega: “Este dato llega al 4% de los chicos, si se tienen en cuenta todos los que alguna vez en la vida probaron drogas de diseño”.
En 2011, los chicos de 14 años prácticamente no entraban en los sondeos. Es que en ese rango etario era tan insignificante el consumo que la encuesta no contemplaba a las drogas de diseño por separado. Estaban rotuladas como “otras drogas”, un combo que reunía todo lo que estuviera por fuera del alcohol, los psicofármacos, la cocaína, pasta base y marihuana.
Pero es muy fácil imaginar cómo paulatinamente se fue despertando el interés de los jóvenes: basta tomar las encuestas hechas en colegios secundarios y centrarse en el ítem “percepción de riesgo de consumo de sustancias”. En 2011, ante la pregunta “¿cuán riesgoso creés que es probar éxtasis una o dos veces?”, el 45,3 por ciento de los alumnos de secundarios de Capital consideró que era “de alto riesgo”. Cuatro años después, en 2015, sólo el 23 por ciento eligió esa respuesta.
Al ámbito hospitalario llegan las repercusiones más severas del consumo, casi siempre provenientes de las fiestas electrónicas. Por eso el doctor Damin afirma que quienes se intoxican tienen entre 20 y 35 años; es raro ver menores y también es raro ver mayores. Suelen ser de nivel socioeconómico y cultural medio y alto, aunque a veces una de las patas falla, como es el caso de los pibes que juntan cada centavito para acceder a la fiesta a la vez, que muestran tener una formación cultural”.
Cómo frenar el consumo es el interrogante obvio que sale de los sectores abocados a la salud. Pero en países como España, Holanda, Portugal, Alemania, México y Colombia es frecuente ver (¿con algún éxito?) la implementación de políticas de reducción de daños, en contra del abstencionismo. Es decir, que los consumidores cuenten con el asesoramiento y la contención necesarios para saber cuánto, cómo y de qué manera tomar aquello que desean. Y lo más importante: qué mezclas evitar, además de disponer de un test que les permita saber (porque la oferta de drogas de diseño es bastante traicionera…) qué van a meterse en el cuerpo. En Uruguay, incluso, se hizo una prueba piloto de este tipo.
El modelo que siguen es español, puntualmente del proyecto Energy Control, parte de la ONG Asociación Bienestar y Desarrollo, que ofrece información y testeos de drogas. “No diría que la idea es ayudar a ‘drogarse bien’, pero sí a evitar los perjuicios. No creemos que el que consume se quiere morir, pero sí que quien elige gestionarse placer y recreación de este modo a veces lo hace mal. Esto se puede prevenir”, explica Schteingart.
El objetivo, señala, es que “eventualmente puedan llegar a una abstinencia, pero que en el camino tengan la menor cantidad de riesgos posibles”.
Y calienta el debate: “El abstencionismo no funciona, es arcaico. Sólo se desplaza a la gente. Después de Time Warp, las fiestas se prohibieron y en una semana vimos cómo se trasladaban a lugares privados y tuvimos tres pacientes más. Hay que hacer prevención y promoción de hábitos saludables. Y como con muchos fracasamos, también hay que aplicar una política de reducción de riesgos y daños”.
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