Drogas y prevención en la familia
Ha querido el azar que estos días lea dos ensayos relacionados con la vida familiar. Uno es El complejo de Telémaco, del psicoanalista italiano Massimo Recalcati. El otro, Del tabú a la normalización, del psicólogo social David Pere Martínez Oró. Si nos acercamos al mundo familiar desde la óptica de la prevención del abuso de drogas, me temo que es un ámbito en el que no se sabe muy bien qué hacer más allá de reiterar su obvia trascendencia. Experiencias y propuestas hay muchas y diversas (guías, talleres, escuelas, formación online…); respuestas y resultados significativos, menos. Entre otras cosas porque también las familias están sometidas a un proceso radical de cambio que lleva, inevitablemente, a preguntarse: ¿de qué familias hablamos cuando hablamos de familias?
Papá, mamá… ¿hay alguien ahí?
Recalcati reflexiona acerca del papel de la familia en un momento que él describe como de “evaporación del padre” (entiéndase aquí “padre” en el sentido psicoanalítico, y no como progenitor del sexo masculino). Y se plantea cómo las nuevas dinámicas familiares, que da por hecho que no son reversibles, influyen en la socialización adolescente y juvenil. “Telémaco” sería la metáfora de ese joven, de esa joven que, necesitando encontrar referentes creíbles en su entorno (ese Ulises extraviado en su propia andadura, que no acaba de decidirse a regresar), termina encontrando en casa colegas impostados. El autor señala de manera convincente que lo que necesitan las nuevas generaciones de sus padres, de sus madres, es el testimonio del sentido que han encontrado a su vida. Ni más ni menos: sentido y testimonio. En sus palabras, “la demanda del padre no es ya demanda de modelos ideales, de dogmas, de héroes legendarios e invencibles, de jerarquías inmodificables, de una autoridad meramente represiva y disciplinaria, sino de actos, de decisiones, de pasiones capaces de testimoniar, precisamente, cómo se puede estar en este mundo con deseo y, al mismo tiempo, con responsabilidad”.
“Dicen que aquí no podemos hacerlo” (Los Rodríguez)
El libro de Martínez Oró aborda, entre otros aspectos, la educación sobre drogas que desarrollan (o no) aquellas madres, aquellos padres que en su juventud consumieron drogas ilícitas de manera, sobre todo, recreativa (de quienes una parte lo sigue haciendo en la actualidad). ¿Cómo actúan? ¿Cómo deberían actuar? ¿Deben ocultar sus experiencias juveniles con las drogas? ¿Exhibirlas? ¿Cómo se conjuga aquí el “testimonio” del que habla Recalcati? Una reflexión muy necesaria porque, con frecuencialas propuestas dirigidas a las familias se centran en la necesidad de sostener la abstinencia para ser un “buen” padre, una “buena” madre, y eso está, en no pocos casos, alejado de la realidad. Habla el autor de “padres y madres que hasta el momento eran desconocidos para la prevención familiar, ya que se desvinculaban de las dos únicas posiciones reconocidas hasta el momento: abstinentes o drogadictos”. ¿Puede hacer prevención del abuso de drogas el padre que toma una copa de vino comiendo y unas cervezas cuando sale con su cuadrilla? ¿Puede hacerla la madre que, entrada en la cincuentena aún se fuma de vez en cuando un porro? ¿Cuáles son las claves del rol familiar y cómo pueden verse afectadas por tales consumos? Martínez Oró presenta una tipología de padres y madres que, desde el punto de vista de su estilo educativo, divide en “democráticos”, “autoritarios” e “indulgentes”. Estos últimos, caracterizados “por la alta implicación emocional y el escaso, si no nulo, ejercicio de la autoridad y control”, cuya deriva “conduce a la figura del padre amigo”, se relacionarían estrechamente con ese padre viajero del que habla Recalcati, demasiado ocupado en sus propios goces como para dedicarse a educar al impaciente Telémaco. Desde el punto de vista de su posición ante las drogas, habla de padres y madres “transformadores”, más acordes con una visión normalizadora de las drogas, con una mirada más sensata y menos tremendista de la realidad.
Diversificar el trabajo con las familias
Un debate necesario para sacar la prevención familiar del angosto pasillo de la abstinencia, de acuerdo con el cual en este campo de las drogas todo lo que no sea abstemia es riesgo e incapacita a quienes han consumido y/o consumen drogas para sostener un discurso coherente ante su descendencia. Una visión algo menos dramática, más serena, más informada sobre riesgos, y también sobre placeres, podría ser más útil. Como termina diciendo Martínez Oró, “mirar a las drogas de frente es el único camino posible si queremos finiquitar los desencuentros tediosos de las familias con las sustancias”. Desencuentro, una amenaza que subyace en la tesis de Recalcati sobre padres perdidos en sus aventuras (¿juveniles?) y sobre hijas e hijos que aguardan impacientes la llegada del sentido (¿común?).
¿Cómo trabajar con esos padres, con esas madres, que no aciertan a elaborar un discurso preventivo como consecuencia de una elaboración culpabilizadora de sus pasadas (y/o presentes) relaciones con las drogas? Otro campo en el que queda mucho por hacer.
Todo progenitor está llamado a educar a sus hijos por su cuenta, a partir de sus propias insuficiencias, expuesto al riesgo del error y el fracaso. Por esa razón, los mejores no son los que se presentan a sí mismos como ejemplares, sino los que tienen conciencia de la naturaleza imposible de su oficio. El complejo de Telémaco. Massimo Recalcati.
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