ADICTOS AL MÓVIL
Fuente: 20minutos.es. Carmelo Encinas
Prefiero perder la cartera que el móvil. En la cartera, aparte del dinero, portamos documentos y tarjetas electrónicas sin duda necesarios para múltiples e importantes funciones. Su pérdida ocasiona en consecuencia no pocos trastornos, empezando por el de tramitar el remplazo de cada uno de los documentos distraídos. Y a pesar de ello el descuido del móvil puede resultar aún más lesivo. Lo es porque somos muchos los que hemos ido cargando sobre el celular una amplia serie de utilidades tanto en lo personal como en lo profesional de las que ya no podemos ni sabemos prescindir. Los smartphones gestionan nuestras agendas, comunicaciones, citas y movimientos de forma y manera que su falta nos deja desarmados ante el día a día. El acceso pleno a la información que además nos proporcionan permite permanecer enchufado al mundo en cualquier lugar y circunstancia, lo que conforma una hábito del que no es fácil desengancharse; en el caso de los periodistas, ni siquiera es profesionalmente deseable hacerlo. Lo cierto es que esa forma de dependencia, y otras que se derivan de los múltiples usos y aplicaciones que se les pueden dar a estos dispositivos electrónicos, preocupa a los especialistas, que empiezan a vislumbrar graves consecuencias negativas por la adicción al móvil. Hay estudios que afirman que uno de cada cuatro españoles padece ‘movildependencia’ severa, lo que, según cuentan, puede provocar serios trastornos de concentración. Trabajos como el publicado meses atrás por rastreator.com calculan en casi cuatro horas el tiempo medio diario que se le dedica al smartphone. La clave está en la forma de usarlo, ya que no es lo mismo emplear el dispositivo para obtener información profesional o realizar gestiones a través del correo electrónico, los mensajes por SMS o la comunicación telefónica que estar colgado de las redes, los grupos de cotilleo o los videojuegos.
Esto último se dispara de forma alarmante entre la chavalería hasta el punto de provocar déficits graves de atención. El tecleado permanente le resta tiempo al sueño, al deporte, a la lectura y a su formación. Incluso la afectividad se ve perjudicada por la ingente inversión en horas que le dedican a la micropantalla, hurtándoselas al trato humano, y la dispersión que les produce puede llegar al extremo de situarlos más cerca de los extraños que de los íntimos. Es un fenómeno a seguir y hay instituciones como la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción que ya tratan el mal uso de las tecnologías como otra forma de adicción. Estos efectos indeseables, que han de ser considerados, no deben privar a los jóvenes de manejar y conocer a fondo el universo digital, que proyecta un futuro todavía inimaginable. Es obvio que un instrumento de capacidades infinitas nunca puede ser del todo inocuo ante un uso obsesivo o inadecuado. No es sin embargo el caso de la inmensa mayoría de los usuarios, ni tampoco el mío. Gracias a estos pequeños ordenadores de mano hacemos cosas que antes eran inalcanzables. Es el invento que más ha cambiado nuestras vidas en los últimos 20 años y admitamos que, en términos generales, lo ha hecho para bien. Sé que pronto podré salir de casa incluso sin cartera, pero ya no sin mi móvil.
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