TERAPIA PARA YONQUIS DE LA TECNOLOGÍA
Fuente: www.elcomercio.es. Isaac Asenjo.
El Centro de Adicciones Tecnológicas de Madrid trata en seis meses a 2.173 personas. «El perfil de las personas remitidas al centro es en su mayoría varones que además han sufrido bullying, depresión o algún conflicto interparental».
Mediodía en la madrileña calle Goya. Un hombre come con su hija en una brasería. Ella -que no supera los 15 años- no solo no aparta la vista del smartphone sino que además usa auriculares. La chica charla con decenas de amigos virtuales en las redes sociales entre plato y plato mientras que su progenitor se consuela con una copa de vino, pensativo, sin decir ni una sola palabra. El móvil acerca a uno a las personas que tiene lejos pero la aleja sin embargo de las que tiene más cerca. La situación no puede generar más desconsuelo vista desde unas mesas más atrás. Madrid cuenta con un centro pionero en España que lleva atendidas en lo que va de año a 2.173 personas por adicción a las nuevas tecnologías. Una ‘sustancia’ nociva para la salud, comparable con la droga o el alcohol y donde los más perjudicados son los jóvenes de entre 12 y 17 años. Yonquis tecnológicos con la heroína de nuestra época. Decir nativos digitales se queda corto, no han conocido otra cosa y pasar del uso al abuso no parece complicado.
«Hay varios indicadores básicos con los que dar la voz de alarma aunque debemos saber distinguir entre uso irresponsable y ‘adicción comportamental’: falta de control sobre la conducta, necesidad de uso cada vez más prolongado a pesar de las consecuencias negativas y alteración significativa en la vida diaria -pérdida de sueño, irritabilidad, falta de alimentación e higiene, aislamiento de la familia, bajo rendimiento escolar…». Jose Moreno es psicólogo y el responsable del Servicio de atención en Adicciones Tecnológicas de la Comunidad de Madrid.
Se trata de un servicio de atención a la adolescencia que da respuesta a la necesidad de asesorar, prevenir, formar e intervenir. No porque piensen que es una problemática exclusiva de este periodo de desarrollo sino por ser un grupo de mayor riesgo. El 18% de los menores entre 14 y 18 años hacen un uso compulsivo de las nuevas tecnologías y, además un 9,8% reconoce haber apostado dinero en un juego de redes sociales, según datos del Gobierno, que incluyó el pasado año las adicciones a las nuevas tecnologías en el Plan Nacional de Adicciones.
Uno de cada cinco jóvenes reconoce abusar del móvil, concluye un informe de la asociación Proyecto Hombre realizado con 1.200 encuestas a alumnos y familias. Y es que no existe una tecnología que haya tenido una mayor penetración como la del teléfono inteligente desde que a mediados de 2007 Apple comercializara el iPhone y un año más tarde Google lanzara el sistema Android, así que muchos de estos chavales no saben lo que es vivir sin un smartphone en la mano. Un estudio presentado por la Sociedad Española de Medicina en la Adolescencia revela que el uso intensivo de estos dispositivos provoca que se activen zonas nuevas en el cerebro en detrimento de otras relacionadas con la memoria o la capacidad de organización.
Autoestima y factores externos
«El perfil de las personas que son remitidas al centro es en su mayoría varones que además han sufrido bullying, depresión o algún conflicto interparental. Los casos nos pueden venir derivados de Salud Mental, Servicios Sociales o Centros Educativos. Cualquier organismo Público o Privado nos puede derivar a las familias, pero éstas también pueden ponerse en contacto con nosotros por iniciativa propia. Es importante aclarar que las nuevas tecnologías tienen muchísimos beneficios, hay que recalcar que lo perjudicial es su mala utilización», puntualiza Moreno, que aclara que «no pasa nada por tener amigos virtuales, el problema viene cuando es lo único que te reconforta, te bloquean al tener relaciones personales o nos desconectan de nosotros mismos por estar demasiado pendientes de los demás; cuántos likes tengo en las redes, etc». Un factor importante es la autoestima y que ésta no dependa de factores externos. «Las redes sociales están hechas para fomentar la dependencia y usan un sistema de refuerzos positivos como son los likes. Nuestra imagen y la apariencia ahí es muy importante, pero ¿cuál es la imagen que tenemos de nosotros mismos?. En estas aplicaciones no debo afrontar problemas reales, cojo y bloqueo al que me molesta», critica el psicólogo.
Lo que un día fue una opción comunicativa para todos, hoy les convierte en esclavos. En el centro madrileño trabajan ocho personas entre psicólogos y educadores, que tratan a más de 300 familias por trimestre desde su apertura en abril de 2018. Los terapeutas evalúan la conducta de los adolescentes, las consecuencias del uso de las tecnologías en su vida cotidiana y su grado de pérdida de control para comprobar si está interfiriendo en las actividades escolares, las relaciones sociales y familiares, e incluso en su propio cuidado personal. Las instalaciones se encuentran en la sede de la Consejería de Políticas Sociales y Familia. Hay varios cubículos con paredes de cristal. En cada habitación, una mesa. A un lado se coloca el adolescente, al otro el terapeuta. También actúan las familias, con las que el centro organiza sesiones, charlas y terapias de grupo. El tratamiento tiene una duración de tres meses y se necesita paciencia y participación. «Se trata de un proceso de introspección, de autoanálisis, donde vas a evaluar tu parte de responsabilidad en una situación que genera malestar».
Pedagogía centenaria
Cualquier tarde en el metro de Madrid. Una madre sube con un cochecito con su hijo, de aproximadamente tres años. El niño tiene un berrinche de los de expertos en artes dramáticas. La madre le acerca el teléfono y le pone un vídeo. El crío para. Vuelve la paz al vagón pero el problema no ha desaparecido, es solo un parche. «Es absolutamente negligente. Está más que demostrado que es un error que de los 0 a los 3 años tengan contacto con las pantallas interactivas. Debería ser motivo suficiente para que tuvieran que recibir un curso de rehabilitación de cómo ser un buen padre. La mejor educación ‘online’ es la educación ‘offline’», defiende en una entrevista a este periódico Marc Masip, experto en adicción a las nuevas tecnologías y director del Instituto psicológico Desconect@. Moreno insiste en en que lo fundamental es la implicación de las familias. «Es importante regular el uso de las nuevas tecnologías desde el inicio y no usarlas para regular el estado emocional del niño desde la cuna, sino éste aprende a relajarse a través de un dispositivo y no mediante un vínculo con una persona de referencia. Todo lo que se haya acumulado en las etapas evolutivas anteriores, en la adolescensia reluce», advierte.
«Muchos chicos vienen de una educación en casa donde no tienen límites. No han aprendido a convivir con frustración y en la adolescencia esto es un problema», recalca Moreno, que repite el ejemplo de los padres y los más pequeños en cuanto al mal uso de la tecnología: «Si un niño pequeño se coge una rabieta, puede resultar efectivo a corto plazo distraerlo con un vídeo de YouTube, pero a largo plazo tendrá consecuencias negativas. El mejor enfado no es el que se oculta sino el que se expresa».
Una investigación publicada a finales de enero en la revista médica JAMA Pediatrics reveló que un tiempo mayor ante la pantalla a los dos y tres años está asociado con retrasos de los niños en alcanzar hitos de desarrollo dos años después. Esta prohibición en los más pequeños es por lo que abogan los gurús digitales de Silicon Valley. Aunque pueda parecer contradictorio, éstos crían a sus hijos sin pantallas y ponen la vista en el sistema tradicional, según se lee en un reportaje publicado en New York Times. Ni tabletas ni móviles ni ordenadores.
«No tenemos los teléfonos en la mesa cuando estamos comiendo y no les dimos móviles hasta que cumplieron los 14 años», dijo en una entrevista en 2017 Bill Gates, creador de Microsoft. «En casa limitamos el uso de tecnología a nuestros hijos», explicó el difunto Steve Jobs, creador de Apple, en declaraciones a New York Times en 2010, en la que además incidió en que prohibía a sus hijos utilizar su recién estrenado iPad. «Entre los caramelos y el crack, esto está más cerca del crack», apuntó en el mismo medio norteamericano Chris Anderson, exdirector de la mítica revista de tecnología y tendencias Wired. Ellos, que saben cómo funciona este cotarro, decidieron que no quieren que sus hijos se acercaran a los dispositivos hasta una determinada edad y prevenir así la ‘appstinencia’.
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