Drogas, maternidades y estigma
Fuente: www.lasdrogas.info. Gemma Altell Albajes.
La maternidad en el ámbito del consumo problemático de drogas siempre ha sido un tema incómodo. Es una de las cuestiones en la que se ha hecho más evidente el estigma que sufren las mujeres drogodependientes. En gran medida por el estigma general asociado al consumo de drogas, pero también por el concepto de maternidad que aún prevalece en nuestra sociedad. Hablamos de una maternidad muy idealizada, aunque la mayoría de las mujeres no cumplimos con ese canon. Una maternidad idealizada que supone una entrega del 100% a nuestra prole, no priorizarnos nunca, no mostrar vulnerabilidad y donde los sufrimientos no impactan en la maternidad.
En el caso específico de las mujeres con un consumo problemático de drogas podemos constatar que ese imaginario aún se aleja más de las realidades que ellas viven. En nuestro rol profesional, y para entender mejor estas realidades, debemos tomar conciencia de cuáles han sido las trayectorias vitales que han tenido. Habitualmente hablamos de vidas atravesadas por las violencias ya desde la infancia y en las cuales la maternidad no ha tomado la forma idealizada de una decisión consciente, planificada y sostenida por un entorno afectivo. Sin embargo, esto no implica necesariamente que no pueda ser ejercida con el acompañamiento necesario.
El abordaje de la maternidad en la intervención terapéutica de los problemas de drogas no ha tenido históricamente una mirada de género. O bien se ha considerado, ya de entrada, imposible el ejercicio de la maternidad o bien se ha apelado a la maternidad como motivación principal para dejar el consumo. Ambas posiciones parten de una mirada esencialista donde se considera que la capacidad para maternar es algo inherente a la feminidad (o al nacer mujer) y cuando no es así se considera que hay una “falla” que no permite ejercerla. Ese “no ejercer la maternidad”, sin embargo, no es neutro. Esta penalizado socialmente. Es recibido, casi siempre, como un castigo por haber transgredido la norma. En este caso por consumir drogas.
No ha sido así en el caso de los hombres y las paternidades. Lamentablemente también para ellos. También esta mirada esencialista respecto a la crianza en el tratamiento en drogodependencias a menudo ha obviado la paternidad o le ha dado poco espacio. Sin embargo, sabemos que trabajar sobre la responsabilidad en los cuidados – autocuidado y cuidados de otr@s- en los hombres es fundamental para acompañar cambios vitales. En el extremo opuesto a la situación que viven las mujeres, en el caso de los no suele pensarse la paternidad como una motivación. Pero también es importante en cuanto a trabajar los vínculos afectivos la construcción y reconstrucción de estos. La socialización masculina orienta a los hombres a no priorizar los vínculos y no expresar el dolor respecto a la pérdida de los mismos. Pero, por otro lado, esa disociación de la paternidad resulta en una menor penalización social cuando esta no se ejerce.
La maternidad, en cambio, es un mandato para las mujeres. Nuestra socialización nos orienta, a todas, a la maternidad acabemos siendo madres o no. Ello no significa que todas deseemos ser madres pero tampoco significa o que todas queramos o podamos ejercer la maternidad de la misma forma. Las mujeres que consumen drogas y son madres o están embarazadas y deben decidir que hacer con el embarazo deben tener un espacio para poder conectar con su deseo real y también sus posibilidades reales de maternar en cada momento concreto de su vida. Un embarazo en circunstancias vitales incompatibles con la maternidad no debe siempre ser leído como una irresponsabilidad. La perspectiva de género nos permite entender que las mujeres, en la medida que somos socializadas para ser madres, introyectamos que la maternidad nos proporciona identidad en la vida. En muchos casos el embarazo conlleva una fantasía de tener “un lugar en el mundo”, alguien a quien querer y alguien que nos quiera. Nuestra tarea profesional está en entenderlo y acompañar la decisión más adecuada desde la conciencia y no desde la penalización.
Otro de los planteamientos que deberíamos revisar en el acompañamiento a las mujeres que conviven con las drogas es entender que en cada momento estamos ante una situación vital determinada que puede cambiar o evolucionar con el tiempo. Creer en la posibilidad del cambio, la transformación. Huir de las etiquetas que definen a las personas en toda su globalidad, que las encorsetan de forma estanca, de por vida. Debemos entender que tanto las historias de vida -como comentábamos al inicio- como las circunstancias en cada contexto y momento pueden ser distintas.
Ahora bien, uno de los temas más importantes en el acompañamiento a personas -y aun más a las mujeres- es permitir decidir. En las vidas cruzadas por violencias (sexuales, familiares, económicas, institucionales, etc.) la sensación de no tener control, de haber sido infantilizadas constantemente prevalece. Las instituciones y, por ende, las personas profesionales que acompañamos no podemos contribuir al desempoderamiento vital. Sobra decir que hay que tener muy en cuenta los derechos de la infancia. Por supuesto. Sin duda. Sin embargo, muchas veces nos equivocamos cuando planteamos una disyuntiva entre los derechos de las madres y los de la infancia. Para trascender de la jerarquización de los derechos quizás debemos plantearnos algunas preguntas: ¿La única forma que podemos entender la maternidad es idealizada? ¿Podríamos pensar en maternidades sin convivencia? ¿podríamos centrar el análisis en el vínculo afectivo y tratar de preservarlo si es positivo? ¿Analizamos el vínculo positivo a partir de la escucha y de la construcción subjetiva? ¿O lo hacemos desde unos estándares a menudo privilegiados no comparables?
La posibilidad de pensar en “maternidades parciales” o, dicho de otro modo, que las figuras de cuidado a la infancia y de acompañamiento a la maternidad sean varias pero que todas ellas aporten afecto y sostén vital en alguna medida (sean de la familia de sangre o no) nos permitiría reparar relaciones y construir para tod@s y, especialmente para las mujeres drogodependientes madres, una forma diferente de entender la maternidad. Mucho menos estigmatizante.
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