ADICCIÓN A LAS PANTALLAS
Fuente: www.muycomputer.com. David Salces.
Adicción a las pantallas: ¿un problema post-pandemia para los menores?
Aún recuerdo cuando, hace años, escuche hablar por primera vez sobre la adicción a las pantallas. Fue en el segundo lustro de los noventa, con las consolas empezando a poblar todos los salones de las casas e Internet empezando a estar cada día más presente. La videoconsolas portátiles también iban ganando cierta presencia en las calles pero, eso sí, todavía faltaba un tiempo para que smartphones y tablets llegaran para completar el actual menú de pantallas que empleamos en nuestro día a día.
No era, eso sí, la primera ocasión en la que se hablaba, al menos en nuestro país, de adicción a las pantallas, si bien el referente más inmediato que recuerdo no tenía tanto que ver con el dispositivo en sí (en aquel caso el televisor) como con un contenido específico disfrutado a través del mismo. Me refiero a la telenovela Cristal, estrenada en España en 1990, y que tras cosechar un éxito nunca visto durante su emisión, dejó a decenas de miles de personas desconsoladas tras la emisión de su último episodio. Algunos profesionales de la psicología incluso llegaron a ofrecer sesiones de terapia para salir de ese oscuro pozo post-Cristal.
Desde ese momento, y durante mucho tiempo, se produjo un curioso debate en el que se planteaba si la adicción a las pantallas era tal o, para ser más exactos, si se podía calificar de adicción. Los detractores del uso de dicho término afirmaban que solo se podía hablar de adicción a algo (normalmente a una sustancia) cuando esta era consumida y, al dejar de hacerlo, el metabolismo la reclamaba. Un punto de vista un tanto reduccionista, y que deja también fuera de la vista otros problemas similares como la ludopatía, una enfermedad descrita por la Clínica Mayo como adicción patológica.
También hay un debate parecido en relación con la pornografía, y seguro que alguno más que se escapa de mi radar, pero en todos los casos, afortunadamente parece ir ganando fuerza la postura que aboga por considerar todos estos patrones de comportamiento, como la adicción a las pantallas, a los culebrones o a las retransmisiones deportivas como adicciones patológicas, y espero que se entienda perfectamente que hablo de consumo convulsivo, no de pasar un domingo de descanso en casa, consumiendo fútbol, baloncesto, fútbol sala, Moto GP, más fútbol, ciclismo, Formula-1, partidos de solteros contra casados, etcétera.
Adicción a las pantallas y pandemia
Es en este contexto, en el de la adicción a las pantallas reconocida ya como un problema real, del que parte un interesante artículo publicado hoy por The New York Times, en el que se intentan analizar las consecuencias que pueden tener todos estos meses, en los que millones de niños están pasando una inmensa parte de su tiempo recluidos en sus hogares con la presencia constante de las pantallas, que están siendo y son utilizadas para sus actividades lectivas, sociales y de ocio.
Debido a estas singulares circunstancias, que han empujado a los niños a un uso extremo de las pantallas, muchas veces agravado por la imposibilidad de los padres de asumir sus propias responsabilidades y velar, al tiempo, por el uso que han hecho los niños de las mismas, cada vez son más los expertos que señalan que muchos menores han podido desarrollar el síndrome de adicción a las pantallas y que, una vez que el coronavirus vaya perdiendo terreno y podamos ir recuperando la vieja normalidad, nos vamos a enfrentar a una desescalada de pantallas que no va a resultar sencilla.
El profesor Keith Humphreys, experto en adicciones, profesor de psicología en la Universidad de Stanford y ex asesor principal del ex presidente Barack Obama alerta de que, en sus palabras, «Habrá un período de abstinencia épico cuando los jóvenes intenten mantener la atención en las interacciones normales sin obtener una recompensa cada pocos segundos«. La adicción a las pantallas no es metabólica, como la de las drogas, sino psicológica (como la del culebrón de los noventa), pero eso no impide que pueda producir un síndrome de abstinencia muy parecido al que provocan éstas.
Dadas las circunstancias, sobre todo al inicio, muchos profesionales de la psicología (no todos, esto es importante aclararlo) descargaron a los padres de esta preocupación, dejando de lado el riesgo de adicción a las pantallas, pero a día de hoy algunos de ellos consideran que cometieron un error. Si al principio de la pandemia se le dijo a los padres que no debían preocuparse por permitir que sus hijos pasasen más tiempo frente a las pantallas, hoy la opinión de ellos varía sustancialmente.
La Dra. Jenny Radesky, una pediatra de la Universidad de Michigan especializada en el uso de tecnología móvil por parte de niños, afirma que si hubiera sabido cuánto durarían estos bloqueos, su consejo habría sido diferente. «Probablemente habría alentado a las familias a apagar el Wi-Fi excepto durante el horario escolar para que los niños no se sientan tentados en todo momento, día y noche. Cuanto más tiempo hayan estado mirando sus pantallas, más difícil será romper el hábito«.
Un estudio de Qustodio que analiza el uso de dispositivos por parte de aquellos de 4 a 15 años y que cita datos de Estados Unidos, Reino Unido y España señala enormes incrementos en el tiempo dedicado por los menores a las pantallas. Y no es algo nuevo, ya en agosto esta tecnológica internacional con sede en Barcelona advertía de un incremento del 45% en el tiempo que pasaban los menores con apps de juegos. Los diferentes tiempos según cada país generan un desplazamiento en los periodos de crecimiento, pero los indicadores de riesgo de adicción a las pantallas en los menores se reproducen a escala global.
¿Y cómo solucionar el problema de adicción a las pantallas en los menores? Los expertos consideran que no será fácil pero que sí que es posible. Será fundamental la disciplina, que se complementaría muy bien con que los adultos actuaran dando ejemplo. El problema es que todavía no sabemos cuándo recuperaremos la normalidad, aunque la producción de vacunas contra la COVID-19 parezca ir viento en popa. Cuanto antes, siempre que sea posible, mejor.
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