Cuatro de cada diez escolares han probado drogas
Hay alarma entre padres de familia, autoridades y centros educativos por el aumento en el consumo
Fuente: Carlos Guevara. www.eltiempo.com
El paquete de ocho a diez pastillas cuesta apenas 500 pesos, lo mismo que una colombina o un par de chicles. Las pepas son cuadradas, diminutas, tienen un color grisáceo y se pueden consumir de dos maneras: bajo la lengua o incrustadas en el párpado inferior. Durante 20 minutos provocan alucinaciones y relajación. Pero lo peor viene después: dependencia.
Desde el año pasado, esta sustancia sintética de fabricación nacional empezó a recorrer salones y pasillos de varios colegios, especialmente del sur de Bogotá. Pero en las aulas también pululan las drogas sintéticas importadas –sobre todo éxtasis– y disfrazadas como dulces, que se venden a un promedio de 30.000 pesos la unidad entre estudiantes de colegios privados del país.
William Salinas, rector del colegio distrital Andrés Bello, en el barrio Muzú, del sur de la capital, conoce de cerca la problemática. Él señala que el uso de las pepas de 500 pesos (ácidos artesanales, según la Policía) se suma a un consumo cada vez más frecuente de marihuana, cocaína y hasta disolventes industriales (inhalados).
William Salinas, rector del colegio distrital Andrés Bello, en el barrio Muzú, del sur de la capital, conoce de cerca la problemática. Él señala que el uso de las pepas de 500 pesos (ácidos artesanales, según la Policía) se suma a un consumo cada vez más frecuente de marihuana, cocaína y hasta disolventes industriales (inhalados).
La Secretaría de Educación da cuenta del aumento del uso de drogas, que se duplicó entre el 2014 y el 2015: de 2.494 casos detectados de alumnos de colegios distritales que consumieron algún tipo de droga se pasó a 5.196. La mayoría (62 por ciento) fumó marihuana.
En el caso del Andrés Bello, por lo menos 30 de los 2.600 estudiantes han sido identificados como consumidores habituales de estupefacientes, pero se cree que son muchos más. “El primer contacto con la droga se da mediante el método tradicional: en los alrededores del colegio, los jíbaros les regalan las primeras dosis a los estudiantes, generalmente entre 13 y 17 años, como ‘gancho’ para volverlos adictos y luego convertirlos en sus clientes”, dice Salinas. Solo el año pasado se conocieron en Bogotá más de 2.300 casos de menores que probaron alguna droga por primera vez, de los cuales el 53,5 por ciento tenían entre 12 y 14 años, según el Observatorio de Drogas de Colombia. Y Ricardo Ruidíaz, director de la ONG Amigos Unidos –que investiga temas de violencia, abuso y consumo de sustancias psicoativas en la escuela– indica que un estudio que hicieron en las principales ciudades del país arrojó que cuatro de cada diez escolares, especialmente entre los 12 y los 17 años, consumen o han consumido una droga al menos una vez en su vida.
Lo peor, lamenta Salinas, es que en no pocos casos los papás de los alumnos dicen que “ellos (sus hijos) ya son grandes y saben lo que hacen”. En su plantel constantemente se hacen decomisos de cocaína, marihuana y hasta ‘trilladoras’, como los alumnos llaman a los pequeños aparatos que trituran la marihuana para que quede “menos gruesa” y facilitar así la armada de los cachos (cigarrillos).
‘Mensajeros’ de primaria
Uno de los asuntos que más preocupan al rector Salinas es que mediante amenazas, incluso de muerte, estas redes reclutan a niños de cuarto y quinto de primaria como ‘mensajeros’. “Un niño que no tiene más de 10 años no aguantó más la presión y le contó todo a la mamá. Ella nos puso al tanto, investigamos y supimos que había otros cinco casos de pequeños que se encargaban de ingresar la droga –cuenta el educador–. Los jíbaros les pagaban 20.000 pesos semanales para que ‘comieran’ callados”.
Para analistas como Efrén Martínez, presidente de la ONG Colectivo Aquí y Ahora, la ubicación de ciertos colegios, especialmente públicos, facilita el acceso de los niños y los adolescentes a las drogas. “Sabemos que hay dos jíbaros que viven cerca del colegio: ‘Trenzas’ y ‘Panzas’ –afirma el rector–. Son menores que integran pandillas usadas por redes de microtráfico. En esta zona (localidad de Puente Aranda) hay dos colegios más: uno distrital y uno privado, y muchos de sus estudiantes también han caído en las garras de estas redes. Lo más triste es que la Policía dice que no puede hacer nada, justamente por la laxitud de la ley con los menores de edad”.
El Distrito ha identificado 131 ollas y más de 470 expendios satélite (más pequeños) en los entornos de los colegios públicos. Es emblemático el caso del Agustín Nieto Caballero, contiguo a la olla conocida como ‘cinco huecos’, en el centro, cuyos estudiantes compran droga a través de grietas en las paredes. Además, muchos de ellos son constantemente víctimas de atracos en el tránsito hacia y desde sus hogares. La Policía ha hecho intervenciones, pero la comunidad estudiantil pide que sean permanentes.
Las cifras de la Policía Nacional también evidencian el aumento de la venta de drogas en los colegios y sus entornos, en todo el país. “Este año tenemos incrementos en las incautaciones de droga respecto del mismo lapso del año pasado: 16 por ciento en marihuana, 465 por ciento en coca y 953 por ciento en heroína, entre otras sustancias”, reporta el general Jorge Enrique Rodríguez, director de Seguridad Ciudadana de la institución. En el 2015 hubo 1.006 capturas y este año van 532 por porte de estupefacientes cerca de las escuelas, solo en Bogotá.
La venta y el consumo de drogas han traído otras consecuencias graves, como hurtos hechos por los propios estudiantes como una forma de conseguir recursos para satisfacer su vicio, abandono escolar y hasta amenazas a profesores y directivos que han tratado de enfrentar el problema. De hecho, solo en el 2015, la Asociación Distrital de Educadores (ADE) reportó cerca de 200 casos de solicitudes de traslado de docentes por amenazas, muchas de las cuales tienen que ver con el tráfico de narcóticos.
Un flagelo transversal
En colegios privados, especialmente en los que estudian muchachos de familias acomodadas, el panorama no es muy distinto, comenta Ruidíaz. El investigador señala que mientras en los planteles públicos tomaron fuerza unas pastillas sintéticas nacionales que se consiguen a un precio que oscila entre 5.000 y 20.000 pesos la unidad (fabricadas en Bogotá, Medellín, Bucaramanga y Cali), en los privados comenzaron a verse el año pasado pepas de éxtasis que parecen dulces y se venden en paquetes de reconocidas marcas, incluso de chocolates o brownies. “Las más comunes son la Fantasma Azul, la Criptonita Verde/Supermán y la Orange –dice Ruidíaz–. Todas generan euforia y dependencia, pero las nacionales, hechas con sustancias químicas muy peligrosas, pueden causar intoxicación”. Las importadas, anota, se traen principalmente de Holanda, España, Italia, Alemania y el Reino Unido; al igual que las nacionales, tienen gran demanda en Bogotá, la costa Caribe, Medellín, Bucaramanga, Cali, el Eje Cafetero y Villavicencio.
El director de Amigos Unidos menciona varias señales que pueden alertar a padres y profesores sobre el eventual uso de drogas por parte de los jóvenes: pérdida de peso, caída en el rendimiento académico, ausencia escolar, cambios bruscos en la manera de vestir y/o en el temperamento –generalmente se vuelven agresivos– y frases sobre el suicidio, entre otras.
Carolina Piñeros, directora de Red PaPaz, coincide en que la venta de droga se presenta en colegios de todos los estratos y que en los privados se da mucho el contacto entre expendedores de droga y estudiantes a través de redes sociales. “Se citan en lugares apartados del colegio y así es más difícil detectar el problema”, advierte. Ruidíaz y el general Rodríguez mencionan otras modalidades: el reclutamiento de alumnos para vender en las instalaciones, la venta directa en fiestas y el ‘correo muerto’ (lugares en los que se recoge la droga y se deposita el dinero, sin la presencia del jíbaro).
Jaime Leal, vicerrector del colegio José Joaquín Casas, situado en el norte de Bogotá, es consciente del problema y advierte que “la situación es peor de lo que muchos padres imaginan”. Si bien el directivo afirma que en el caso particular de este centro educativo no existen problemas de microtráfico en los alrededores, porque todos los estudiantes deben tomar las rutas dentro de las instalaciones, sí sabe de alumnos que han tenido contacto con diversas drogas. “Hemos conocido, por los mismos estudiantes, que en fiestas y festivales musicales se dan los primeros contactos con sustancias sintéticas y marihuana –dice–. Hoy sorprende la cantidad de muchachos que dicen haber probado alguna droga”.
La situación es aún más preocupante si se tiene en cuenta que estudios hechos por instituciones como la Corporación Nuevos Rumbos revelan que, en el caso de la marihuana, la probabilidad de adicción en los menores de edad que la prueban por primera vez es del 50 por ciento, frente al 10 por ciento en adultos.
Aunque no hay diagnósticos precisos sobre la incidencia de la droga en colegios privados y sus alrededores, porque según Piñeros muchos prefieren manejar estos problemas internamente, el estudio más reciente hecho por la Personería de Bogotá (hace cuatro años) señaló que el 44 por ciento de los estudiantes de estos planteles se sienten inseguros en el entorno escolar, en gran medida por el asedio de las redes de venta de droga. El porcentaje sube al 70 por ciento en los planteles públicos.
Augusto Pérez, director de Nuevos Rumbos, sostiene que la falta de control de los padres y la violencia intrafamiliar son caldos de cultivo para que los menores contemplen las drogas como “una vía de escape”. Y aconseja: “Una buena manera de empezar es evitar el consumo temprano de bebidas alcohólicas. Estudios nuestros y de múltiples instituciones señalan que la inmensa mayoría de jóvenes se inician en la droga después de tener contacto con el licor”.
Ruidíaz concluye con una frase que ha escuchado muchas veces en los últimos cuatro años de estudios y sobre la cual, dice, autoridades, padres y colegios deberían empezar a trabajar para atacar el problema. Según su experiencia, la gran mayoría de los jóvenes que consumen droga dicen hacerlo “porque están cansados de la vida y esa es su forma de pasmarse”.
Hay que dar más información
Varios analistas consultados por EL TIEMPO coinciden en tres puntos: el primero, que no hay suficientes esfuerzos del Estado por lograr programas efectivos de prevención de consumo de drogas en los colegios del país.
Y aunque el general Jorge Enrique Rodríguez, de la Policía Nacional, destaca los trabajos que hoy se hacen con el Ministerio de Educación en los colegios, a través de charlas sobre prevención y riesgos del uso de estupefacientes, lo cierto es que el panorama actual obliga a mejorarlas e intensificarlas cuanto antes.
En segundo lugar, está la necesidad de un ataque más frontal al problema del microtráfico, razón por la cual Carolina Piñeros, de Red PaPaz, aplaudió el reciente anuncio de la Alcaldía de Bogotá de intervenir de manera integral los 30 colegios de mayor riesgo.
Y tercero, los expertos creen que la aprobación del uso medicinal de la marihuana por el Congreso, ha ayudado a aumentar la confusión entre los jóvenes frente a los efectos de la sustancia. “En internet, los estudiantes de hoy encuentran todo tipo de información, mucha de ella sin fundamento, y llegan a creer que la marihuana es inocua. Esto también explica el aumento de su consumo”, concluye el experto Efrén Martínez, del Colectivo Aquí y Ahora.
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