EL «RAT PARK» EN LAS TEORÍAS SOBRE LA ADICCIÓN
Fuente: lasdrogas.info. Post de Genís Oña Esteve.
Reconsiderando el papel del “rat park” en las teorías sobre la adicción
La visión más clásica y ortodoxa de la adicción concibe a la misma como un trastorno crónico con bases neurobiológicas y por ende genéticas. Este trastorno estaría caracterizado por un uso compulsivo de las drogas, sin importar las potenciales consecuencias negativas para la salud. En sus inicios, esta concepción clásica encajó muy bien en el marco de los estamentos médicos de la época, los cuales veían una completa incoherencia el comportamiento adictivo. El sentido común les llevaba a pensar que, si uno es capaz de reconocer las consecuencias negativas que conlleva un comportamiento determinado, dejará de hacerlo. No obstante, no ocurría así en el caso de los adictos. Por tanto, la explicación más plausible era que algo no funcionaba bien en estas personas, es decir, que debían tener un trastorno. Pronto empezaron a aparecer explicaciones simplistas para dicho trastorno, utilizando metáforas como “las drogas secuestran el cerebro de estas personas, apropiándose de su voluntad”. Desgraciadamente, en investigación científica, muchas veces se confunde la metáfora con el mecanismo, la visión reducida con la realidad. Y es que las primeras ofrecen una interpretación mucho más comprensible, intuitiva y definitivamente más “accesible” desde un punto de vista experimental, como veremos a continuación.
De los primeros estudios con animales al “Rat Park”
La investigación con animales siempre ha sido, y continúa siendo, una herramienta indispensable para los avances en biomedicina. Hay muchos tipos distintos de investigación con animales, también llamada investigación preclínica. Desde estudios que analizan el funcionamiento de nervios concretos, receptores o sistemas ante situaciones como exposición a toxinas, contaminantes ambientales, etc., hasta modelos de enfermedad en los que se evalúan los posibles tratamientos que se piensa pueden ser efectivos. Estos modelos de enfermedad son versiones simplificadas, más o menos artificiales, de las enfermedades que encontramos en los humanos. Como cabría esperar, también se diseñaron múltiples modelos para el trastorno antes mencionado: la adicción (ver Lynch et al. 2010 para una introducción a los principales modelos).
Dichos modelos resultaron un apoyo más para la teoría del cerebro adicto. Cuando se exponía las ratas a distintas drogas para que se las administraran a su antojo, muchas de ellas lo hacían de manera compulsiva, incluso hasta llegar a la muerte (por inanición, deshidratación o agotamiento). Este hallazgo representó un fortalecimiento de la idea de la adicción como trastorno. Las personas con dicho trastorno verían su cerebro (más concretamente, su circuito de recompensa constituido por el núcleo accumbens, el área tegmental ventral y otras regiones) secuestrado por las drogas tal como ocurre en el caso de las ratas. No obstante, estos estudios clásicos tienen muchas limitaciones que dificultan su extrapolación a humanos. Pero aquí vamos a centrarnos en una de ellas. Concretamente, en la limitación respecto al entorno en el que se llevaban a cabo estos experimentos. Y es que fueron una serie de famosos experimentos (Alexander et al., 1978; Hadaway et al., 1979; Alexander et al., 1981) liderados por Bruce Alexander y su equipo los que hicieron sonar las alarmas de manera más notoria respecto a las limitaciones de los estudios preclínicos y las conclusiones derivadas de los mismos. La mayoría de estudios preclínicos se llevaban a cabo aislando a las ratas de su grupo y llevando a cabo los ensayos de auto-administración de drogas en cajas pequeñas y con pocos estímulos. Las ratas son animales muy gregarios, y el aislamiento les genera niveles de estrés muy elevados. Por tanto, los resultados de dichos estudios solo se podían entender en un contexto en el que los animales estaban altamente estresados. Entonces, el equipo de Alexander se preguntó qué ocurriría si las condiciones de experimentación fuesen diferentes. Para ello, construyeron un “rat park”: cajas inmensas, con paredes coloridas, muchos juguetes, sitios donde esconderse y, por supuesto, muchas otras ratas. En ese contexto, observaron que las ratas preferían el consumo de agua en lugar de morfina. Incluso cuando se introdujo en el “rat park” a ratas previamente aisladas y adictas a la morfina, progresivamente abandonaban su consumo y lo sustituían por agua, estando la morfina disponible en todo momento.
Los estudios del “rat park” provocaron una avalancha de conferencias impactantes y artículos divulgativos (Sederer, 2019) que clamaban que la investigación preclínica había destapado los auténticos orígenes de la adicción. No era cuestión de un “secuestro neuronal”, sino la consecuencia de factores psicosociales estresantes, como el aislamiento. No obstante, cabe preguntarnos: ¿Realmente los estudios de Alexander marcaron un antes y un después en esta investigación? ¿Qué pasó a partir de entonces?
Es sorprendente que muchos de los defensores de teorías psicosociales de la adicción que prefieren hablar de vulnerabilidades y factores de riesgo (en contraposición a teorías neurobiológicas que hablan de trastorno), critiquen la investigación con animales por no poder extrapolarse a humanos, pero a la vez defiendan los estudios de Alexander (que también se hicieron con animales) como prueba de que el comportamiento adictivo responde a factores psicosociales. ¿Unos estudios son más válidos que otros dependiendo de sus conclusiones? Asimismo, los usuarios de drogas a menudo sacan a colación que en realidad existen centenares de animales que también buscan de manera deliberada embriagantes y psicotrópicos, con la sola intención de pasar un buen rato. Este argumento a menudo se utiliza para dar cierto aire de universalidad al acto de drogarse, y por tanto restar importancia o disminuir el estigma asociado a su uso de drogas. Incluso tienen un excelente libro con el que apoyar sus argumentos (Samorini, 2003). No obstante, la mayoría de usuarios apoyaría las ideas extraídas de los estudios de Alexander según las cuales, en un ambiente estimulante, las ratas no están interesadas en drogarse. ¿Esto no causa cierto desasosiego ante la idea de que todos los animales se drogan? ¿Estarían haciendo algo inmoral o incorrecto, si las ratas decidieran drogarse incluso en un ambiente rico en estímulos? ¿Nadie se pregunta por qué no lo hacen, dada la universalidad del hecho de drogarse? Contradicciones aparte, vamos a poner en contexto los estudios de Alexander y a explicar la continuación de la historia, que no encontramos fácilmente.
Nada nuevo bajo el sol
En primer lugar, los estudios de Alexander no fueron tan novedosos como a menudo creemos. Estos se enmarcan dentro de una tradición de estudios que intentaban indagar en los factores individuales, sociales y ambientales que pudieran estar afectando a la adicción en el caso de los humanos. El “rat park” solo constituyó una manipulación experimental más dentro de dicho contexto. Concretamente, una manipulación del “housing” o entorno en el que se está experimentando. Otras manipulaciones del “housing” se refieren a la inclusión de estímulos aversivos o reforzadores, variaciones en la temperatura, etc. Por tanto, las afirmaciones de que los estudios de Alexander permitieron una nueva e innovadora visión de las adicciones son algo exageradas. De hecho, ni tan siquiera en los manuscritos de dichos estudios se mencionan las implicaciones de los resultados para las teorías psicosociales de la adicción. Es decir, el equipo de Alexander no era consciente de lo trascendentes que serían para algunos sus resultados (aunque el mismo Alexander luego aprovecharía la ola para publicar un libro y sacar tajada del asunto).
Estos estudios, además, presentan algunas limitaciones importantes. En primer lugar, se utilizaron métodos distintos para recolectar la información proveniente del “rat park” respecto de las ratas aisladas. Por ejemplo, el método utilizado para medir la cantidad de morfina que estaban tomando las ratas aisladas no era preciso y podía llevar a subestimar el volumen total, mientras que para la medición de la morfina en el “rat park” se utilizó un método mucho más preciso. Por tanto, los autores encontrarían diferencias entre ambos contextos incluso cuando no hubiera tales diferencias. También es problemático el tema de la reproducción. En el “rat park” convivían juntos machos y hembras, por lo que el apareamiento y el nacimiento de nuevas generaciones tuvo que darse por fuerza, aunque los autores no mencionan cómo gestionaron estas situaciones. El embarazo y el cuidado maternal tiene un impacto muy marcado en la conducta y en la alimentación de las ratas, por lo que éstas son variables que podrían haber afectado a los resultados. Otra limitación que los autores no mencionan son las complejas interacciones sociales que se dan en una comunidad de múridos. En dichos grupos, aunque por parte de los individuos sea deseable compartir el espacio con otros compañeros, también conlleva competiciones de dominancia, jerarquía en el acceso a los alimentos, etc., comportamientos que también pudieron jugar un papel importante en el desarrollo del estudio.
Estudios post-rat park
Aunque los artículos divulgativos que giran en torno a los estudios de Alexander no siguen el hilo de subsiguientes estudios, muchos otros autores replicaron dichos estudios o diseñaron aproximaciones similares para seguir indagando en los efectos de lo que sería llamado “environment enrichment” sobre los comportamientos adictivos. Mientras que en muchos casos se ha comprobado el papel protector de un ambiente rico y de la interacción social con otras ratas sobre los comportamientos adictivos, también se han encontrado profusos resultados opuestos.
En un estudio posterior (Bozarth et al., 1989), se evaluó cuánto tiempo tardaba un grupo de ratas aisladas en aprender un procedimiento de auto-administración de heroína y qué dosis se administraban respecto a un grupo de ratas que convivían en una especie de “rat park”. La hipótesis era que el grupo de ratas aisladas lo aprenderían antes debido a la “necesidad” de heroína dadas las condiciones de aislamiento. Se observó no obstante que ambos grupos tardaron el mismo tiempo en aprender el procedimiento, aunque el grupo de ratas aisladas se administró mayores cantidades de heroína en los primeros ensayos. En el final del estudio, no obstante, no se encontraron diferencias en las cantidades de heroína ingeridas entre ambos grupos. Otro estudio (Schenk et al., 1982) evaluó la preferencia condicionada de lugar (la respuesta de acercamiento a lugares donde previamente se ha aplicado un evento reforzador, en este caso una droga) tras la administración de distintas dosis de heroína a dos grupos de ratas: aisladas o no de su grupo. Curiosamente, las ratas que convivían en grupo mostraron preferencia por el lugar donde se les había administrado cualquier dosis de heroína, mientras que las ratas aisladas mostraron preferencia de lugar únicamente cuando se les administró la dosis más alta de heroína. Otro estudio no encontró diferencias en el consumo de morfina entre ratas que habían crecido aisladas o ratas que lo habían hecho en grupo y en entornos enriquecidos. Además, también se encontró que las ratas correspondientes al entorno enriquecido consumieron más cocaína que las ratas aisladas (Hill & Powell, 1976). Petrie (1996) replicó los estudios de Alexander mejorando el método de recogida de información, de manera que los posibles sesgos a los que Alexander estaba expuesto se eliminaron. Al comparar las dosis de morfina que se habían consumido en el “rat park” original de Alexander respecto al grupo de ratas conviviendo en grupo del estudio de Petrie, las cantidades fueron muy similares. No obstante, la cantidad de morfina consumida por las ratas aisladas fue mucho menor que la consumida en el “rat park”.
Podríamos seguir citando estudios con resultados opuestos. Pero la cuestión es que el gran número de resultados contradictorios nos informan de que no, de que el “environment enrichment” o los “rat parks” no son tan determinantes en el establecimiento de un comportamiento adictivo. Si trasladamos la cuestión hasta nuestros días, cualquiera podría pensar que en algún momento esta cuestión se resolvió y se llegó a algún tipo de consenso. Un estudio definitivo que despejara todas las dudas. Sin embargo, lamentablemente no fue así. En la actualidad todavía encontramos estudios que siguen aislando a las ratas para evaluar modelos animales de adicción (Zanni et al., 2020) y estudios que siguen encontrando que el “environment enrichment” protege frente a comportamientos adictivos (Solinas et al., 2008). Parece que las discrepancias y los resultados contradictorios se extienden por todo el vasto alcance de los estudios relacionados con drogas, desde la investigación clínica a la preclínica, desde los laboratorios a la salud pública. Cada uno encuentra sus propias evidencias sobre las que edificar su propio cuerpo de argumentos ideológicos, y la resolución definitiva siempre está en el horizonte.
Aunque no todo es negativo. No desechemos todo lo hecho hasta ahora. Lo cierto es que se puede extraer algo de todos los estudios realizados. Como tendencia general, se asume que las ratas, ante la libre disponibilidad de la mayor parte de drogas e independientemente del contexto (“enriquecido” o no), se las auto-administrarán voluntariamente porque, seamos claros, les gustan. También es cierto que, ante la presencia de alternativas a la droga en cuestión, las ratas tienden a “gestionar” su consumo de drogas y escoger la alternativa. Una de las alternativas favoritas de las ratas es el agua con sacarina. Lo cierto es que la prefieren a la cocaína, e incluso la prefieren aquellas ratas previamente adictas a la cocaína (Ahmed, 2005,2010,2012). Entonces, ¿por qué se siguen observando discrepancias, y aparecen estudios en los que las ratas se auto-administran cocaína hasta la muerte? Parece que el tiempo entre consumos está relacionado, ya que en los estudios en los que ocurre este resultado fatal (Bozarth & Wise, 1985; Dworkin et al., 1995; Fitch & Roberts, 1993 y muchos otros) no se espacian suficientemente los ensayos de preferencia entre cocaína y agua/comida. De modo que cada vez que se les daba a escoger a las ratas entre cocaína y agua/comida, todavía estaban bajo los efectos anoréxicos (supresores del hambre) de la última dosis de cocaína y, por tanto, no necesitaban comer. Y siguieron así hasta el final. Cuando sí se espacian suficiente los ensayos de preferencia, son la mayoría de ratas las que escogen la comida o la alternativa a la droga.
Entonces, ¿podemos aprender algo de los modelos animales sobre nuestra adicción?
Podemos aprender que no son muy fiables. En general, la investigación con animales se ha de analizar siempre con extremada cautela. Especialmente cuando se pretende modelizar una conducta tan compleja como es el comportamiento que entendemos por “drogodependencia”. Es hasta cierto punto razonable que los humanos (y muchos animales, ciertamente) utilicemos drogas. Éstas actúan como catalizadores sociales, como relajantes, nos hacen sentir bien, nos permiten afrontar situaciones estresantes, nos permiten pensar mejor, nos alivian dolores y pesares, nos proporcionan paraísos artificiales, etc. Además, tiene que admitirse que cada uno tiene su propia concepción de cómo quiere o prefiere vivir. Mientras que existen personas que utilizan ciertas drogas a menudo y sienten vergüenza y malestar respecto a ello, hay otras que disfrutan y eligen conscientemente utilizarlas, independientemente de que desde un punto de vista sanitario acarree unas consecuencias u otras. Además, es especialmente relevante el hecho de que la mayoría de personas que utilizan drogas de manera problemática consigan superar dichos problemas sin intervención clínica a partir de cierta edad, cuando las obligaciones y responsabilidades obligan a “encarrilar” el modus vivendi (Heyman, 2009). Dada esta complejidad, es especialmente difícil extrapolar los resultados obtenidos en ratas a nuestra población. Las ratas son animales con una corteza frontal pobremente desarrollada, por lo que se asume que ni siquiera pueden reconocer del todo las consecuencias negativas que acarrea su comportamiento. Mientras que nosotros recordamos que dosis elevadas de alcohol provocarán resaca a la mañana siguiente e intentamos beber en exceso solo los fines de semana, las ratas tienden a ser olvidadizas respecto a estos efectos perjudiciales.
La moraleja es simple. Ni los estudios basados en el “secuestro neuronal” ni los estudios del “rat park”. No son modelos enteramente válidos y extrapolables a la complejidad humana. Seguramente, del mismo modo que ninguno de los dos enfoques puede considerarse una verdad absoluta, tampoco pueden considerarse engaños: tan solo muestran alguna parcela de la realidad, como hace prácticamente cualquier investigación científica. Deberíamos tener esto presente para no caer en argumentos dicotómicos y reduccionistas, como hacen algunos artículos de divulgación que tan solo consideran dos polos opuestos de una situación rodeada por multiplicidad de aspectos a tener en cuenta.
Referencias
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Zanni, G., DeSalle, M.J., Deutsch, H.M., Barr, G.A., & Eisch, A.J. (2020). Female and male rats readily consume and prefer oxycodone to water in a chronic, continuous access, two-bottle oral voluntary paradigm. Neuropharmacol, 167. Doi: 10.1016/j.neuropharm.2020.107978.
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