Los vínculos: abordaje de las violencias machistas en reducción de daños
Fuente: www.lasdrogas.info. Gemma Altell Albajes.
La progresiva automatización y burocratización en los procesos de acompañamiento a personas en situación de vulnerabilidad social nos ha llevado a una cierta deshumanización de las relaciones que, si bien no es voluntaria, requiere de una parada reflexiva entorno a la deriva que corremos el riesgo de tomar.
La deshumanización se manifiesta en formas muy diversas. Voy a apuntar algunas de ellas. En primer lugar, la jerarquía en la relación entre persona profesional y persona usuaria; esta jerarquía se muestra en aspectos como los tiempos dedicados a construir una relación de confianza, la empatía para entender que muchas de las actuaciones que observamos tienen que ver con las biografías vividas, la percibida necesidad de “defensa” profesional antes posibles agresiones o acusaciones o denuncias de personas usuarias, la necesidad de protocolarizar las intervenciones para responder antes las demandas de las Administraciones Públicas, entre otras muchas.
Desde otro punto de vista la deshumanización también responde a esa mirada fragmentada de las personas que se manifiesta en un sistema que clasifica la atención por “problemas” o “etiquetas” en una suerte de fantasía en la que a cada persona le corresponde un problema. Esta perspectiva se traslada a la actuación profesional que, en ocasiones, confunde la especialización con la mirada fragmentada hacia las personas.
La intervención orientada a la reducción de riesgos en el consumo problemático de drogas y su convivencia con las violencias machistas es uno de los ámbitos en los que nos enfrentamos a la necesidad de trascender este modelo. Para ello es imprescindible colocar en un lugar protagonista el trabajo con los vínculos.
En primer lugar, el vínculo entre las personas a las que acompañamos y nosotras como profesionales. Hablamos de personas, en este caso mujeres que, en la mayoría de los casos, no han tenido la oportunidad de establecer vínculos seguros a lo largo su vida. El hecho de poder ser ellas quines elijan a un/a profesional a la que sientan como alguien de confianza va a ser la clave para poder reconocer y reconocerse. La construcción de este vínculo requiere tiempo, requiere no solo ver sino mirar y no solo oír sino escuchar; sobre todo requiere entender que son ellas las que nos elijen a nosotras; con quien quieren establecer esta confianza aunque este no sea el plan trazado. Solamente en este punto, en este ser vistas y reconocidas podrán sentir una humanidad que les proporciona un aprendizaje vincular distinto al vivido y les permitirá re-construirse.
En segundo lugar está como acompañamos a la construcción de los vínculos con el mundo. Tejer redes, de apoyo. Trabajar con las violencias vividas -¿y porque no? También las violencias ejercidas- desde lo concreto debe partir de entender que ciertos vínculos se han construido desde una realidad biográfica concreta que no ha conocido vínculos seguros. Relaciones que, desde la mirada profesional, definimos como violentas requieren de un marco de comprensión amplio si lo que queremos es justamente revertir estas violencias. Nuestro lenguaje profesional está a menudo muy lejos de la comprensión de realidades que son las únicas posibles ante historias de vida marcadas por la violencia. Para construir nuevos relatos vitales debemos acompañar a la construcción de vínculos significativos que permitan experiencias vitales distintas de las vividas hasta ahora. Cuando solo ponemos el foco en la violencia para explicar una relación multifactorial y compleja nos cuesta entender que en ese marco vital concreto la violencia es el espacio que se ha construido -hasta ahora- como espacio seguro. Poder valorar lo que es un vínculo seguro solo será posible desde la experiencia de esta seguridad.
En tercer lugar, después de haber tejido una red que permita sostenerse podemos pensar -en la forma y medida que cada mujer pueda y quiera- en romper vínculos. Romper relaciones que han dañado. Y en ese proceso de romper vínculos acompañar a ordenar esas relaciones: que vínculos necesita romper completamente, cuales parcialmente y, por consiguiente, que podemos preservar. ES importante entender que para romper un vínculo violento seguramente deberemos analizar todos esos vínculos que, a lo largo de la vida, han sido violentos y que han ido conformando una determinada forma de convivir con las relaciones. La perspectiva de romper con una persona que ejerce violencia sin haber construido otros vínculos puede parecernos lógica sobre el papel, sobre la teoría, sobre experiencias vitales -las nuestras- que en muchos casos -aunque no siempre- pueden estar muy alejadas de las que acompañamos profesionalmente pero es difícil sostenerla en el largo plazo. El vacío relacional, no es un lugar desde el que se pueda sostener ni una relación distinta con las drogas ni construir un cobijo seguro en las relaciones. Los vínculos violentos también han sido vividos como significativos; para poder romperlos habrá que releer, reinterpretar y darles un lugar en la vida de cada persona que permita acomodar las emociones y construir relatos vitales que posibiliten empezar “nuevas etapas” que no borren ni nieguen todas las experiencias vividas, sino que las integren. Para conseguir esa integración es imprescindible tener un lugar donde “dejarse caer”; es decir, otros vínculo/s seguros que nos posibiliten mirar de frente a lo vivido y tomar decisiones difíciles. Todo este proceso requiere tiempo, empatía, conocimiento, revisión constante de nuestras actuaciones y humanidad.
Obviamente, tal como apuntamos al principio, huir de lo estandarizado significa aceptar que no todas las personas (mujeres) seguirán este orden ni requerirán el proceso tal como aquí lo describo. Por ejemplo, las situaciones de revisten urgencia y/o riesgo por violencia requerirán un espacio y estrategias de protección ante todo. Pero en cualquier caso la escucha profunda y el vínculo profesional serán claves y a la vez un indicador de que el acompañamiento es útil y significativo.
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