El mito del cannabis medicinal
Cada año, ciento ochenta millones de personas consumen algún derivado del cannabis por sus poderes psicoactivos y, a nivel mundial, es la principal droga ilegal, tras el alcohol, el tabaco y el café, legales en la mayor parte del mundo.
Cannabis es un género de plantas dioicas que incluye tres especies: sativa, indica y ruderalis. El cáñamo se ha cultivado desde hace milenios con el fin de aprovechar sus fibras para hacer tejidos y cuerdas, para alimentar aves y otros animales con sus frutos, los cañamones, y como droga, médica o recreativa. Cada año, ciento ochenta millones de personas consumen algún derivado del cannabis por sus poderes psicoactivos y, a nivel mundial, es la principal droga ilegal, tras el alcohol, el tabaco y el café, legales en la mayor parte del mundo. No obstante, el estatus jurídico va cambiando con rapidez y el Tribunal Supremo de México, el principal productor mundial de cannabis, dictaminó en 2015 por cuatro votos a uno que prohibir el consumo y cultivo de cannabis para uso personal violaba el derecho humano al libre desarrollo de la propia personalidad. Esta consideración como un derecho humano ha sido una sorpresa, puesto que otros movimientos legalizadores, como en Irlanda, donde han aprobado el uso supervisado de heroína, citan razones de salud pública, de uso compasivo o económicas, pero no lo consideran un derecho del ciudadano.
El principal compuesto psicoactivo del cannabis es el tetrahidrocannabinol (THC), aunque la planta contiene más de cien cannabinoides cuyas propiedades distan de ser conocidas. Es importante porque, por ejemplo, otro de ellos, el cannabidiol (CBD), parece ser útil para reducir el dolor y la inflamación, controlar los ataques epilépticos, tratar alguna enfermedad mental e incluso para ayudar a dejar la adicción al cannabis, y hay de hecho un ensayo clínico en marcha para su posible utilización. El THC incrementa el apetito y reduce las náuseas y se han aprobado medicamentos con THC o CBD con estos objetivos. Hay algunas pruebas de que el THC también puede ayudar a disminuir el dolor, la inflamación y a aliviar algunos problemas musculares.
Las sustancias psicoactivas del cannabis se acumulan en unos tricomas o pelos glandulares, que son especialmente abundantes en los cálices florales y en las brácteas de las plantas femeninas. El producto a la venta suelen ser los capullos de las flores (marihuana), la resina (hachís) o varios extractos grasos conocidos generalmente como aceite de hachís. El uso de los derivados del cannabis es un tema importante para la salud pública pues se trata de un consumo al alza. Además, los modelos de uso de cannabis están cambiando debido a distintos factores: la legalización en distintos países o estados, la disponibilidad de análogos sintéticos —uno de los más difundidos se conoce como «spice»—, la selección de nuevas variedades como el «skunk», más potentes y peligrosas, y el uso de nuevas herramientas para su consumo como vaporizadores y diversos productos comestibles. El resultado es que a día de hoy la adicción al cannabis ha superado a la de la heroína entre los europeos que buscan ayuda en los servicios especializados de atención a drogodependientes, pero se encuentran con un problema serio: no disponemos de ningún fármaco que ayude en este proceso, al contrario de lo que sucede con otras drogas.
No sabemos cuántos usuarios habituales de la marihuana quedan enganchados a este consumo. Una cifra citada a menudo habla de un 9 %, una referencia derivada de un estudio realizado en los Estados Unidos en la década de los noventa, lo que la haría menos peligrosa que otras drogas ya que las cifras correspondientes para la heroína son 23 % y 15 % para el alcohol. Sin embargo, han pasado muchas cosas en esos veinte años y los nuevos compuestos tienen niveles muy superiores de THC, lo que aumenta el riesgo. Por ejemplo, los consumidores de skunk triplican el riesgo de psicosis frente a los no consumidores y lo quintuplican si lo usan diariamente. Los principales síntomas de la dependencia al cannabis son ansiedad, irritabilidad, aburrimiento e insomnio al intentar dejar el consumo. Un problema es que mucha gente considera que no es adictivo, por lo que es posible que estemos subestimando este riesgo.
Puesto que el consumo intenso de cannabis se ha asociado a un mayor riesgo de trastornos mentales —incluido psicosis, adicción, depresión, tendencias suicidas, daño cognitivo y falta de motivación— es fundamental que tengamos una imagen clara de los efectos del consumo de esta planta, que no son los mismos que tomar una píldora con una concentración exacta de THC o CBD. Usando tomografía de emisión de positrones se ha visto que los usuarios de cannabis producen menos dopamina, algo que es más notable en pacientes que cumplen los criterios clínicos para abuso o dependencia y que encaja con lo que habíamos aprendido en los laboratorios de investigación en roedores. Los usuarios de cannabis también muestran una menor liberación de dopamina en respuesta a un reto estimulante y déficits cognitivos que incluyen una peor memoria de trabajo, como cuando se nos olvida algo que estamos haciendo en ese momento. Hay muchas otras pruebas que permiten concluir que la liberación de dopamina está alterada en los consumidores de cannabis y que incluso está alterada la morfología de las neuronas dopaminérgicas; por un lado, es un ejemplo llamativo de la plasticidad neuronal y, por otro, un detalle preocupante.
Un factor importante es la fecha de inicio del consumo y los datos que tenemos sugieren que debemos esforzarnos por evitar el consumo durante el embarazo y durante la adolescencia. Son dos épocas de la vida cruciales en el desarrollo cerebral, y la exposición al cannabis en el feto o en los jóvenes parece que tiene consecuencias en la vida adulta. Una de esas diferencias es que la exposición al THC durante la adolescencia aumenta el efecto de los cannabinoides posteriormente, sugiriendo que el inicio del consumo durante la adolescencia incrementa el riesgo de una adicción posterior. También se ha visto que los consumidores habituales de cannabis presentan problemas cognitivos, en particular aquellos que se iniciaron en el consumo durante la adolescencia.
Finalmente, otro estudio indicaba que los adolescentes que consumían cannabis tenían un riesgo mayor de fracaso escolar, adicción y suicidio. Este artículo indicaba que el riesgo de suicidio era siete veces superior frente a los no consumidores, aunque estos estudios longitudinales muestran una correlación pero no demuestran una relación causa-efecto. Es evidente que la gente toma drogas por una razón y esa razón puede ser la que esté generando el efecto y no el propio cannabis, sin embargo parece evidente que es un mensaje preocupante. En el estudio se excluyeron cincuenta y tres posibles causas, cincuenta y tres variables, desde trastornos de conducta, hasta depresión o divorcio de los padres, pero no se pueden excluir todas las posibles variables y parece lógico que algunos adolescentes tienen problemas cuando se inician en el consumo y usan el cannabis como una forma de escapar de ellos. En Canadá, uno de los países con mayor consumo de los países desarrollados y donde el Gobierno ha indicado que procederá a la legalización del cannabis la próxima primavera, la Asociación Canadiense de Pediatría ha avisado sobre las serias consecuencias a largo plazo sobre los cerebros en desarrollo y ha pedido «salvaguardas» para proteger a los niños y adolescentes de esos daños, lo que se traduce en intentar que la fecha de inicio del consumo sea lo más tarde posible.
Los defensores del consumo de cannabis utilizan frecuentemente el argumento de sus virtudes medicinales. Aunque el consumo con fines terapéuticos es legal en diferentes países incluyendo Alemania, Austria, Canadá, Finlandia, Holanda, Israel, República Checa y España, parece una excusa. Una revisión de setenta y nueve ensayos clínicos realizados entre 1975 y 2015 ha analizado los efectos médicos del cannabis con fines médicos y para distintos problemas incluyendo el dolor crónico, el dolor asociado al cáncer, los problemas de insomnio, la pérdida de apetito en las personas con sida, y los trastornos musculares asociados a la parálisis cerebral. La mayoría de los estudios mostraron leves mejorías en las síntomas, pero el análisis de los datos encontró que no alcanzaban el nivel de significación estadística; es decir, la diferencia era nula, mínima o no relevante. Otros estudios analizaron los datos sobre el uso de marihuana en personas con fibromialgia, depresión, trastornos de ansiedad, neuropatías asociadas a la artritis reumatoide y esclerosis múltiple y de nuevo no encontraron ninguna evidencia de que funcionara, de que mejorasen de sus síntomas.
La revisión de estas investigaciones no es fácil, pues muchos estudios sobre el empleo del cannabis con fines terapéuticos presentan problemas metodológicos tales como poblaciones de estudio demasiado pequeñas, datos incompletos, pérdidas sustanciales de voluntarios durante el ensayo y otros. Para otros temas para los que también se han sugerido beneficios como la depresión, el trastorno de ansiedad, la psicosis, la esquizofrenia, las náuseas durante la quimioterapia, o el glaucoma, los datos a favor son prácticamente inexistentes; es decir, no hay evidencias científicas sólidas que demuestren que el consumo de cannabis beneficie realmente en estos trastornos y enfermedades. También se recomiendan los cannabinoides cuando los tratamientos habituales para trastornos como la anorexia, la artritis o las migrañas han sido ineficaces. De nuevo, hay serias dudas de que tenga efectividad en estos casos. En realidad, las evidencias son pobres, están limitados al uso de un cannabinoide concreto y no de la planta.
El Instituto Nacional sobre Abuso de Drogas (NIDA), el centro de investigación más potente del mundo en este tema, ha declarado que «hasta el momento, los investigadores no han llevado a cabo suficientes ensayos clínicos a gran escala que muestren que los beneficios de la planta de marihuana superan los riesgos para los pacientes que supuestamente va a tratar». El resumen puede ser una desilusión para algunos, pero parece contundente: no hay evidencias científicas sólidas de que la marihuana u otros derivados del cannabis tengan virtudes medicinales. Más aún, otro aspecto que los estudios sobre el uso médico del cannabis han mostrado es que los pacientes que lo consumen tiene un riesgo mucho mayor de efectos secundarios, incluyendo problemas serios como trastornos renales, hepáticos y psiquiátricos. No obstante, los más comunes son más leves: mareos, confusión y desorientación.
En realidad la impresión es que en distintos países se está aprobando su uso médico sin exigir las mismas evidencias de seguridad y eficacia que requerimos a cualquier medicamento. Si el objeto es usar la cortina de humo del uso terapéutico para encubrir una legalización subrepticia del consumo recreativo, entonces la comunidad científica debe quedarse al margen. Las pruebas sobre fármacos son uno de los pilares de la medicina basada en la evidencia y no podemos consentir que se manipulen a favor de unos intereses determinados, sean los que sean, que aquí se usen y allí no, en función de intereses del tipo que sean.
Un ejemplo de la poca claridad de ideas es que a fecha de agosto de 2016, veintitrés estados norteamericanos permitían el uso de cannabis como medicina y cuatro para uso recreativo mientras que estaba prohibido en todos los demás. Doce estados prohíben conducir si se ha tomado cualquier cantidad de cannabis mientras que otros tienen niveles umbral de 5, 2 o 1 nanogramo por mililitro. El problema aquí es que mientras que en el caso del alcohol los niveles en sangre son una buena referencia del grado de afectación de la conducción, en el caso del cannabis los efectos varían enormemente de persona a persona. La marihuana es la droga ilegal más comúnmente implicada en los accidentes de tráfico.
La DEA mantiene la clasificación del cannabis como droga de tipo 1, una categoría reservada para las sustancias que no tienen beneficios médicos. A fecha de agosto 2016, hay trescientos cincuenta investigadores registrados para poder investigar con marihuana en los Estados Unidos y solo un proveedor autorizado para proporcionales la planta: la Universidad de Mississippi, algo que no deja de ser curioso. Se va a producir a una ampliación de los proveedores de cannabis para su uso en investigación.
Dicho todo esto, es necesario replantear la política mundial sobre las drogas. Hay algunos investigadores que piensan que la legalización bajaría los precios, incrementaría el consumo y multiplicaría los riesgos detectados entre los adolescentes. Otros investigadores, en cambio, dicen que en la mayoría de los países occidentales más del 90 % de las personas afirman que es fácil comprar cannabis, por lo que preguntan sobre qué cambio puede hacer que sea aún de más fácil disponibilidad. David Nutt, catedrático de Farmacología en el Reino Unido ha declarado: «Para los usuarios de drogas recreativas, la criminalización genera más daño que las drogas que usan, y los adictos necesitan ser tratados de la enfermedad que sufren, no perseguidos». Usemos los datos que nos proporciona la ciencia para tomar decisiones racionales.
Sin comentarios